por José María Montero
Preocupado por los rumores que hablaban de un plan del Ministerio de Agricultura para desecar y poner en cultivo las marismas del Guadalquivir, Valverde inicia, a finales de los años cincuenta, la delicada operación que habría de concluir con la declaración del Parque Nacional de Doñana.
Aunque él insiste en reivindicar únicamente su papel como científico, actúa entonces como un pionero del ecologismo, recaudando fondos por toda Europa y movilizando a personalidades e instituciones para que respalden su iniciativa. A pesar de contar con el permiso del CSIC, debe maniobrar con cautela «porque el régimen franquista no era muy amigo de estos revuelos, aunque a la larga le vino bien toda esta publicidad para romper, en cierto modo, su aislamiento internacional».
Inicialmente, su objetivo era comprar una de las fincas amenazadas y salvar, al menos, una parte del humedal. En 1963, y gracias al Fondo Mundial para la Conservación de la Naturaleza (WWF), nacido con este propósito, logra recaudar 21 millones de pesetas, cantidad aún insuficiente. El último empujón viene de la mano del príncipe Bernardo de Holanda que convence al Caudillo de la bondad de la operación, logrando que el Estado español se interese por el proyecto y aporte otros 16 millones a la peculiar cuestación. Los 37 millones de pesetas que finalmente se han conseguido sirven para comprar las primeras 6.700 hectáreas del coto de Doñana, cedidas al CSIC para la instalación de una Reserva Biológica que pasa a dirigir Valverde, y que sería el germen de la actual Estación Biológica.
La ofensiva de los naturalistas de toda Europa, agrupados en torno al WWF y la UICN, no cesa hasta que en agosto de 1969 el Consejo de Ministros aprueba la creación del Parque Nacional de Doñana, con una extensión inicial de 35.000 hectáreas. Como no podía ser de otra manera, Valverde ocupa también la dirección del nuevo espacio protegido.
Ganada la batalla legal, vendría después la educativa, no menos compleja «y aún sin concluir». «Tuvimos que luchar contracorriente», admite, «trabajando para cambiar la mentalidad de la gente que todavía, por ejemplo, hablaba de las rapaces como animales dañinos a exterminar». En esta tarea, Valverde otorga los mayores méritos a Félix Rodríguez de la Fuente, «un cetrero reconvertido que, tras visitar Doñana, se pasó a las filas del conservacionismo».
Entrevista publicada en el diario El País, el 9 de julio de 1997.